Iván Alcázar Serrat
CRÓNICA CONSTELACIÓN OLGA DE SOTO | MERCAT DE LES FLORS
A propósito de INCORPORAR lo que queda aquí adentro en mi corazón

Cuando la performance penetró el teatro, rescatando al público de la postura del misionero -sacándole de encima el peso muerto del texto-, la platea y el escenario estallaron en un gran orgasmo, y aquel grito se oyó incluso detrás los muros de los museos. Como espectador de teatro, siempre he sospechado que la danza, librada de la palabra y respirando con menos corsés, se atrevía a ir más allá en su busca de nuevas formas: saltaba al vacío con menos miedo y a menudo volvía con nuevos descubrimientos. INCORPORAR lo que queda aquí adentro en mí corazón, entre los otros espectáculos de esta constelación dedicada a Olga de Soto, corrobora mis sospechas y evidencia – a partir del título mismo – que, cuando las artes plásticas bailan con las artes del movimiento, continúan formando un equipo hipnótico e imbatible.

La danza y el movimiento hibridados en una autoexploración inspirada y lúcida han centrado otras obras anteriores de Olga de Soto: Eclats Mats (2001), en la que se basa Incorporar, partía de la confrontación y de los cruces de música y movimiento, así como del análisis de los verbos de acción, en una reanudación posterior a la tabula rasa de la llamada “no danza”. En Débords / Réflexiones sur La table verte, de Soto investigaba sobre el ballet de Kurt Jooss de 1932, ligando danza e investigación histórica: ensayo político, recuerdos y entrevistas, para presentar de otra forma la memoria de un arte eminentemente efímero (Boris Charmatz optó por otro formato alentador: llevar los bailarines al museo). Haciendo un juego de palabras, si hace algunos años Xavier Le Roy desplegó un puñado de trabajos en su Retrospectiva (en la Fundación Tàpies de Barcelona), lo que Olga de Soto hace con INCORPORAR podría ser calificado de “introspectiva”: más que una exposición, una sobreexposición que deja completamente expuesto el arte de los bailarines.

El término latino spectacula designaba el lugar del espectador, más que aquello que se ofrecía en el escenario. Es, pues, un punto de vista y no un objeto acabado, el que de hecho activa el engranaje escénico. Una intención, un deseo, una curiosidad: lo espectacular es la acción de mirar. En Incorporar, en escena hay siempre un intérprete que hace, y otro que lo observa y le apoya. Estos personajes secundarios aparecen y desaparecen, incluso de manera extraña, bajo el suelo de linóleo. Las acciones de uno y la mirada del otro son igual de importantes, y están tensando y equilibrando en todo momento el balanceo de esta coreografía, que empieza sosegada y misteriosa, y progresa hasta inquietarse e inquietarnos. Organizada en un tríptico, aparentemente consta de una serie de variaciones sobre un tema, que permite descubrir aquello que habíamos visto en primera instancia, o, mejor dicho: aquello que se nos había escapado y habíamos dejado de ver.

El tríptico, entendido de este modo, nos conduciría de la espontaneidad a la visceralidad, liberándose de una capa de piel en cada acto. Recorremos la superficie de la visualidad, y nos encontramos con una faceta más cerebral y memorística, más sensible, háptica y sensorial, hasta que descendemos hacia una realidad nerviosa, cartilaginosa, incluso sangrienta. Alguien dejó escrito que lo bello no es más que el comienzo de lo terrible, de aquello que todavía podemos soportar. Si la película Avatar: el sentido del agua, actualmente en cartel, nos invita a ahogarnos en una soporífera inmersión de 3D en el cine, y la avalancha de imágenes y selfis en las redes sociales empantanan la cotidianidad con su presencia prístina e impermeable, o el metaverso nos promete nuevos mundos más simples y etéreos... aquí se va en un sentido diametralmente opuesto. ¿Pero, cuál sería el término que mejor describe lo contrario de la alienación? Sea cual sea, dicho término definiría bien este espectáculo que propone imbricar el aquí y el ahora con el antes y el debajo, cortando y vaciando el escenario tal y como Buñuel cortó el ojo aquel. Los sonidos de los metrónomos de unas clepsidras (relojes de agua) se transforman en altares sacrificiales que se ablandan y se funden, deshaciendo el instante, mientras en escena se suceden los ejercicios traviesos y juguetones de un bailarín vestido de fábula infantil, las tareas de una bailarina que en un espacio más y más cargado de tensiones, ecos y reverberaciones, intenta recordar, revisitar, reproducir lo que ha pasado, y una tercera bailarina orquesta un estallido de pulsiones, sentimientos, sensaciones, donde todo se toca y todo se mancha, hasta que el espacio diáfano y aséptico se llena y se densifica en un desorden de sonidos, pliegos, tejidos, restos, fragmentos, charcos, fluidos y flujos.

Quizás estoy completamente equivocado, pero me parece que el espíritu de Fluxus – el ser y el devenir, lo vacío y lo pleno, la gravedad de la ligereza, y viceversa – atraviesan de cabo a rabo la reflexión bailada y el baile reflexivo de INCORPORAR. Ciclos, rimas, contraposiciones, progresiones: un juego de intentos esforzados donde la cosa primero se hace, después se rehace, y finalmente se deshace, en un movimiento que voltea y se explicita (por eso INCORPORAR | KIDs se reduce a una versión alegre y enigmática de la primera parte de la pieza madre). Los tres actos transitan irremediablemente de aquello que se ve desde fuera a aquello que se siente desde dentro. La trama podría dar pie a un espectáculo conceptual o minimalista, pero esta fuerza esencial es igualmente suficiente para construir un thriller crudo y sin ornamentos. Y, efectivamente, permite saltar al vacío y encontrar y ver y mirar tantas cosas: fijarse y analizar los ritmos, encarnar las diversas facetas de la corporalidad, mostrar como el espacio es el producto del cuerpo, y no su contenedor abstracto, concretar la violencia que esconde toda formalización, toda forma. Esto, que yo intuyo temerariamente y resumo de manera un poco torpe, el espectáculo lo despliega en una hora y media de misterio y delicadeza, equilibrio y elegancia, potencia y serenidad... mientras hay ensayos y libracos imponentes que para explicárnoslo necesitan quinientas páginas (como mínimo).

Iván Alcázar Serrat, Crónica Constellation Olga de Soto, 2 Février 2023
texte original en catalan

Iván Alcázar Serrat es doctor en arquitectura por la Universitat Politècnica de Catalunya. Investigador especializado en teoría e historia de la arquitectura, el espacio y las artes, especialmente las artes plásticas, las artes del movimiento y las artes escénicas. Miembro del Observatori d'Espais Escènics-Theatres en Risc. Editor de la Enciclopèdia de les Arts Escèniques Catalanes (EAEC), del PRAEC (Projecte de Recerca de les Arts Escèniques Catalanes) / Institut del Teatre de la Diputació de Barcelona. Colaborador en diversos medios culturales (arquitectura, cultura, teatro), como la revista liquidDocs, entre otros.